– Cómo estás?
– Resignada.
– Mmnm?
– No quiero pensar en ello. He aceptado que voy a seguir así, no tengo fuerzas para hacer otra cosa.
– Hay gente que no tiene opciones, tú sí puedes plantearte alternativas, y eres consciente de ello.
– No quiero hacerlo. Tomé la decisión de vivir así.
– La tomas cada día, y en cualquier momento puedes tomar una diferente, una que te permita vivir de acuerdo contigo misma.
– Otra persona depende de mí. No sabe qué hacer sola. Se hundiría si yo no estuviera ahí.
– Eso no es más que una disculpa. Es una persona adulta, que hizo una carrera y tiene un trabajo, es capaz de aprender. Y no es tu responsabilidad.
– No quiero pensar en ello.
Y así pasan los días, sin pena ni gloria, algunas personas. Otras en cambio son capaces de quemar la vela de la vida por los dos extremos y hasta por el centro en vez de dejarla en un cajón para alimento de los ratones. Y entre los dos extremos la gente normal, si es que eso existe, fructuando entre ambos, unas veces más cerca de ver pasar el tiempo y otras de afrontar con decisión las posibilidades.
¡Qué corta es la vida para dejarla pasar sin disfrutarla! Y qué poco se necesita para disfrutar si se está dispuesta e ello.
Disfrutar con lo que se tiene, siendo quien se es, es decir, no engañándose a una misma ni a los demás aparentando ser alguien diferente, nos hace mucho más fácil tomar las decisiones oportunas y ser mucho más felices. Decir lo que se piensa y lo que se siente produce una liberación que muchas personas no experimentan en su vida, siempre cohibidas por la corrección, el qué dirán, la posibilidad de herir, la de ser herida…
¡Es hora de VIVIR!