No hace tanto tiempo que lo peor que a una persona le podía suceder era descubrir que tenía un cáncer. Hoy conocemos a tantas personas que lo han superado y llevan una vida normalizada después de ello, e incluso pese a ello, que ya el cáncer, por fortuna, no es el tabú que fue ni atemoriza como lo hizo.
Lo que hoy asusta de verdad, hablando en términos de salud, es descubrir que estás perdiendo la memoria, temer que puedes estar tú, o alguien cercano a ti, en los comienzos del Alzheimer, que en tu o su cerebro pueden estar formándose esos nudos de tejido nervioso que terminen incapacitándote o incapacitándole para la vida autónoma.
Sabemos que con la edad se pierden capacidades, especialmente las relacionadas con la potencia física y con la memoria. Yo descubrí lo normal que es cuando una amiga contó divertida la pregunta que le había hecho un compañero: ¿Te acuerdas cuando hablábamos seguido?
Hoy, que a otra amiga le están haciendo pruebas para saber la causa por la que su cerebro trabaja al ralentí, me vuelve la preocupación por el sufrimiento que acompaña al descubrimiento de la pérdida de los recuerdos, de la incapacidad insidiosa, del periodo en el que las enfermas de Alzheimer y similares, como mi madre, son conscientes de su situación.
Y pienso en las cosas que no recuerdo, en los despistes de todos los días, y me reafirmo en la decisión de vivir cada día, disfrutar de lo que la vida me ofrece, de compartir con familia y amigos, de ver y hacer lo que me gusta, sin que ello suponga hacer daño a nadie, por supuesto, sin olvidar a los demás.
Recordando a Tagore: Si de noche lloras por el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas.