Ayer, cuando veníamos de Zahara de la Sierra con cuarenta y seis alumnos/as de Primero de ESO, el conductor del autobús comentó que a los funcionarios nos congelaban el sueldo. Estando de excursión, especialmente si en el grupo hay alumnado difícil, no se oye la radio, no se lee el periódico, no se entera una de las noticias.
Luego ha resultado que es algo más que congelarlo: se nos baja entre un cinco y un diez por ciento, hasta que no lo veamos no sabremos exactamente cuanto porque nosotros, el profesorado, no pertenecemos al puesto más bajo del escalafón.
Parece como si sólo a los asalariados, seamos o no funcionarios, se nos pudieran controlar los ingresos y por ello estemos destinados a pagar los platos rotos. Todas las medidas propuestas son para los mismos. ¿Para cuando eficacia recaudadora en los altos niveles de renta, que son los que se pueden permitir defraudar de verdad con su contabilidad creativa? No digo que los fraudes menores no sean importantes, también querría que desaperecieran.
No estoy en contra de arrimar el hombro, ya desde ahora digo que no iré a una huelga porque me bajan el sueldo como medida anticrisis. Pero, ¿cómo es posible que con la que está cayendo nadie se avergüenze de los sueldos y las pensiones de, por ejemplo, los banqueros, después de la inyección de capital que ya sabemos quienes van a pagar?
Entre la opinión publicada me parece que acierta de plano Vicenç Navarro en el artículo que se puede leer pinchando aquí
Nuestro escaso estado de bienestar no es el culpable de la situación. Hay responsabilidades mayores. Pero esas no interesan a los poderes fácticos, por eso nadie se atreve a meterles mano.