Una pareja conocida (otra más) ha decidido separarse. Ambos lo tienen claro: la convivencia se ha hecho difícil y no parece posible que haya indicios de cambio suficiciente para recuperar un nivel satisfactorio, ni siquiera aceptable.
No son jóvenes, pero tampoco tan mayores como para renunciar a tener un proyecto de vida, en común o por separado. Rondan los 60 años.
Tienen dos hijos (bien entrados en la treintena, independizados desde hace tiempo) que han reaccionado de formas opuestas. Mientras uno de ellos les manifiesta su apoyo total a la decisión que tomen para una vida más feliz, el otro pretende a toda costa que se mantengan juntos, no importa en qué condiciones.
Chantaje emocional en toda regla: llantos desesperados (que hasta escuchan los vecinos), amenazas con dejar de visitarles, …
Y lo mejor, los argumentos (por llamarlos de alguna manera):
– Después de casi cuarenta años ¿por qué? ¡A vuestra edad!
– Me voy a morir de vergüenza. No contéis conmigo para nada.
– ¡Con lo bien que yo vivía! ¡Me vais a joder la vida.!
– Esta casa, el apartamento en la playa… me lo vais a echar a perder.
¿Se puede ser más egoista?