He hablado aquí en otras ocasiones de colegas, que no compañeros, que desprecian la profesión docente pese a ejercerla. O que consideran que se está modificando ilegalmente su horario laboral cuando se les pide que controlen el trabajo que hace el alumnado durante su hora de guardia.
Por ello es de justicia que hoy me refiera a quienes han protagonizado situaciones que ponen de manifiesto precisamente lo contrario.
En los últimos días han coincidido circunstancias que han hecho que en más de una hora el número de grupos sin profesora (o profesor) superara al de profesorado de guardia. En ese caso lo normal es que entre en clase con uno de los grupos el miembro del equipo directivo que está de guardia. Sólo si es realmente imposible atenderlos salen al patio.
También puede suceder, como ha sido el caso, que un compañero o compañera que no tiene clase en ese momento se ofrezca para sustituir a uno de los ausentes. Ana lo ha hecho en más de una ocasión.
O que Alfonso, que tenía clase de Educación Física con uno de los grupos de tercero se haga cargo de dos para facilitar el trabajo de los demás.
O que Ángeles, compañera que sustituye a la profesora de Música, pida autorización, como quien pide un favor, para unir dos grupos de cuarto que no tienen profesor para ensayar con ellos una actuación que está preparando; por cierto, sin darles clase.
O que Inma, que sustituyó a otro profesor por enfermedad trabajara tan bien y dejara todo tan bien organizado que el titular lo recuerda después de años. (Ambos estaban el sábado pasado en la Olimpiada Matemática)
O que la misma Ángeles, tutora de un grupo de los alumnos asistentes a la Olimpiada Matemática, que vive en la localidad en la que se celebró, acudiera a animarles y acompañarnos un rato y, aprovechando que ha sido profesora en el IES en el que se celebraba la Olimpiada, mientras el alumnado estaba en lo suyo, resolver problemas, nos enseñó el aula de música, que ella organizó, y nos demostró el placer que le produce su trabajo.
O que un compañero del departamento sustituya al que falta sin pensar si le toca o no según el acuerdo, tácito o expreso, para la atención al alumnado durante la hora de guardia
O que Lola, de baja por neumonía, pida el alta tan pronto como se encuentra mínimamente en condiciones de reintegrarse al aula, aunque ya no le descontaran dinero por la baja porque habían pasado los 21 días de rigor.
Se podría pensar que son personas generosas, que echan una mano siempre que pueden para hacer más agradable la vida a los demás. Pero, sin dejar de ser cierto, yo considero que lo que demuestran más que generosidad es profesionalidad. Eso que tanta falta nos hace si queremos prestigiar la profesión docente.
Me parece extraordinario lo que nos cuenta por que hace justicia a esos profesionales que tan generosamente cumplen con su trabajo.
Un abrazo.
En estos días en que todo son malas noticias para «los maestros», es especialmente importante destacar lo bueno, que también existe.