Esta tarde he sabido cómo se las ingenia una pareja joven, con dos niños en edad escolar, para aparcar sin problemas en el paseo marítimo de Cádiz cada vez que van a la playa. Justo al ladito de donde van a tender la toalla.
¿Cómo? Antes de salir para Cádiz (viven en Jerez), se pasan por la casa de los padres de él y recogen la tarjeta de minusválido de su madre, que se queda en casa, y ¡ya no tienen problema! Y también sirve para aparcar en la feria y en cualquier sitio donde se prevean aglomeraciones.
¿Qué les parece? A mí una indecencia. Por parte del que la pide y por parte de quien la presta. He visto en más de una ocasión a un compañero con minusvalía tener que dejar el coche lejos de su destino porque otra persona, con un sentido de la solidaridad increible, había aparcado en el único espacio reservado para él al lado del trabajo. Posiblemente cada vez que esta pareja utiliza una plaza que no le corresponde haya otra que tiene derecho a ella y se ve obligada a buscar otro lugar y luego desplazarse a pie, o en silla de ruedas, hasta donde el desaprensivo insolidario aparcó.
Parece que nunca nadie les ha llamado la atención al verles bajar del coche tan incapacitados. ¿Cómo es posible? ¿Será porque vivimos en un pais de pícaros, en el que se considera tonto al que no saca tajada cuando puede?
Parece mentira, pero si no es así, ¿cómo se entienden todos los casos conocidos de corrupción entre dirigentes políticos, que no sólo no son sancionados por ello sino que se les sigue votando como si nada? Y todos los que cada uno conocemos: trabajo no declarado, pago sin IVA, no declarar a la persona limpia la casa, …
Yo mantengo la teoría de que una de las causas de que la picaresca esté tan presente en la sociedad española es que nuestro país no participó de la campaña de moralización de la vida pública que supuso en Centro Europa la Reforma. Por el contrario, nuestros predecesores abrazaron la Contrarreforma, se mantuvieron fieles a la curia romana que si hoy es hipócrita (los últimos descubrimientos de focos pederastas son una muestra) entonces era, además, simplemente inmoral.
Pero es posible que no tenga nada que ver y sea, sencillamente, como un compañero defendía hace un par de días, que en otros lares, si no siempre, casi siempre que uno se resbala es descubierto y multado por ello. Es decir, necesitamos un policía al lado y que no esté contagiado por el virus. (Me cuentan de guardias civiles que viajan por carretera a más de 180 km/h, despues de una noche de juerga…)
Como sabemos, en otros paises (no en Italia, ni en Grecia) si alguien presume de engañar a Hacienda, el que le ha escuchado le denuncia. Pero nosotros no somos chivatos. Nosotros cambiamos la maldición blíblica de ganarás el pan con el sudor de tu frente a algo más acorde con nuestro peculiar modo de ver las cosas: ganarás el pan con el sudor del de enfrente.
Por cierto, ¡lo que pesan estas maldiciones! Nos impiden considerar el trabajo una fuente de satisfacción, aunque lo sea para algunos. (Había escrito para muchos, pero lo convencional está ahí y actúa) No está bien visto que alguien diga que le pagan por hacer lo que le gusta. Sin duda es un engreido (o engreida, para ser correcta).
Para ejemplificar lo que comenta Eva, un video
Y si vamos un poquito más lejos, lo más probable es que estemos perpetuando esas actitudes cuando lo hacemos delante de nuestros hijos, que terminan viendo el saltarse las leyes y el abuso como algo normal.
Tendríamos que asumir todos que la norma está ahí para el bien de la sociedad. Si nos lo creyéramos lo haríamos sin más y sin necesidad de tener un guardia con una porra al lado para multarnos. Pero son muchos siglos de idiosincrasia latina lo que tendríamos que vencer.