Publica hoy Eduardo Punset en su blog un artículo sobre el impacto negativo que el desprecio tiene sobre las personas y lo duradero que es.
Leerlo me ha hecho pensar en la forma más dolorosa de acoso escolar para un adolescente: echarle fuera del grupo, no reconocerle como igual, despreciarle. Justo en el momento vital en el que lo que opine el grupo de iguales es la mayor fuente de satisfacciones y frustraciones personales, en que la opinión de los adultos pasa a un segundo plano.
Y no siempre es fácil de detectar. Ya se cuidan los acosadores de actuar a escondidas de los adultos sensibles, y de controlar al grupo para que no hable. Por más que se intenta desarrollar en ellos la empatía, que se pongan en el lugar del acosado y actúen como les gustaría que otros actuaran si fueran ellos los que lo estuvieran pasando así de mal, pensar en ser considerados chivatos hace que mantengan el silencio cómplice. Y no pocas veces se añade el miedo real al matón que hace creibles sus amanazas.
En los centros docentes el profesorado está cada día más sensibilizado ante estos asuntos, como sucede en la sociedad con la violencia de género. Siempre que se conoce un caso, o se tienen sospechas de que exista, se actúa, pero es seguro que muchos chicos y chicas quedan marcados por el desprecio de sus colegas que no hemos detectado a tiempo.
Se que el artículo de Punset no se refería de forma específica al bulling, pero debe ser verdad que cada uno enfocamos lo que leemos con las gafas de nuestras preocupaciones.
Enlazo aquí el artículo.