Hoy, en una clase de primero de primaria (6 años al menos, algunos ya 7 cumplidos), la maestra insiste para que coman la fruta, fresca y variada, que un programa de la Consejería les ofrece gratuitamente.
Algunos niños se niegan en redondo: ellos no comen esas cosas (manzana, pera y uvas, tocaban hoy).
Les explica que es necesario comer fruta para estar sanos. No importa. No la ha probado nunca, reconocen, pero no le gusta.
Luego, una madre lo explica: su hijo sí come fruta: en potitos.
Inaudito. Con 7 años, alimentación de bebé. Con tal de no llevarle la contraria, lo que sea.
¿Cuándo y dónde se le dice a demasiados niños que NO? En la escuela.
Lo malo no es con siete años, es que los hay que, llegan a los 30 y siguen igual.
«No, si yo sólo como carne con patatas, ¿la verdura? eso para los conejos»…
Prometo que lo he escuchado.
La verdad es que tengo que agradecer a mis padres ese plato de lentejas que, o bien para almorzar, o para merendar, o para cenar terminabas comiéndote porque ya tenías hambre y era lo único que salía a la mesa.
Y no, no me traumaticé. Que con tanto «trauma» se están criando niños inútiles, incapaces de enfrentarse solos a un mínimo contratiempo.
En clase de psicología infantil de lo que antes era el CAP (Curso de Adaptacion Pedagógica), te insisten en no enviar «tareas» a casa a los alumnos, no vaya a ser que se enfrenten con un problema en casa que no sean capaces de resolver y se traumaticen…
Vamos, que ahora tampoco se les puede decir NO en el colegio.
¿Qué va a ser de ellos cuando se incorporen al mundo laboral? No quiero ni imaginármelo.