Hace dos días que lo celebramos: mi amiga Charo se ha jubilado y está en condiciones de disfrutarlo.
Esto de la jubilación tiene casi siempre un sabor agridulce, aunque el término derive, como dijo en la suya Carmen Fatou, llorando, de júbilo.
La parte agria de ésta en concreto es que Charo no tiene gana ni edad de jubilarse. Y su marcha de la escuela priva a su centro de aportaciones valiosas: una maestra vocacional, siempre dispuesta a arrimar el hombro y que tiene el don de sacar de los que le rodean lo mejor de cada uno. Algo que viene bien en cualquier grupo humano pero en los que trabajan en centros docentes de la zona sur de Jerez, con las dificultades que tienen, es como el rayito de sol que alegra un día nublado. Así lo manifestaban sus actuales compañeras (ellas fueron las que hablaron).
La parte dulce es que se sienta tan bien después de lo mal que lo ha pasado. Que pueda disfrutar de la vida, de su familia y de sus amigos con tanta intensidad como lo hace. Es de las que prefieren quemar la vela de la vida por los dos extremos y hasta por el medio, a dejarla en un cajón para alimento de los ratones.
Esta noche nos emocionamos con ella. Tanto, que a más de una le costó luego coger el sueño. Y en adelante disfrutaremos con ella compartiendo los logros que seamos capaces de alcanzar y las frustraciones que la vida nos depare. ¿Para qué si no están las amigas?