Esta mañana, en la frutería, mientras otro cliente y yo esperábamos nuestro turno para ser atendidos, ha llegado una señora y le ha pedido a la que estaban despachando que les permita venderle unas patatas que se le habían olvidado ayer.
Para ella, por lo visto, los demás, que también estábamos antes que ella, no teníamos nada que decir. Y nada dijimos, prudentes, … de momento.
Porque la señora en cuestión, ya que estaba, pidió las cebollas que se vendían con las patatas, y zanahorias. Y cuando preguntó el precio de la flor de pascua y también quiso llevarse una, de las más caras, que no eran las que ella quería…
Le dije que no me parecía bien lo que estaba haciendo. Para pasar delante se pide permiso a todos y desde luego no se abusa haciendo la compra del día.
¿Creen ustedes que se disculpó? Pues se equivocan. Con gestos despectivos de sus enjoyadas manos, como si estuviera usando un derecho indiscutible -«Ella me dijo que podía»- siguió con su compra, ante el silencio culpable de los dependientes (eso decían sus caras) que no estaban dispuestos a llevarle la contraria, y las palabras de apoyo a mi reclamación de los clientes ante los que se había colado.
¡Con lo bien que habría quedado con unas palabras de disculpa, ante las que todos habríamos tolerado su abuso de confianza!
Pero la educación, la cortesía, la urbanidad, no son consideradas hoy cualidades necesarias para vivir en sociedad. Parece que avasallar a los demás da buen resultado.
¡Y luego dicen que la educación para la ciudadanía es una tontería sin fundamento!