Santa Brígida el primero, el segundo Candelero, el tercero san Blasero, el cuarto corren los gallos y el quinto santo Aguedero.
Así se contaban los santos de los primeros cinco días de febrero en el pueblo donde nací, incluyendo entre ellos una fiesta tradicional: el cuatro de febrero se corrían los gallos. Era una de las actividades que realizaban los quintos, tan importante como las otras dos: las pintadas en el frontón y la colocación del mayo.
La fiesta, de probable origen celta, consistía en lo siguiente: Se colocaban en una calle atados a una cuerda que la cruzaba de lado a lado a buena altura, colgados por las patas, tantos gallos como quintos (cada uno aportaba el suyo). Luego, ellos pasaban al galope, montados en caballos o borricos, uno detrás de otro, tratando de arrancarles la cabeza. Alguien se encargaba de subir la cuerda al paso de los mozos, para alargar la diversión.
Todo el pueblo asistía, niños incluidos, y lo pasaba estupendamente, aunque ahora nos pueda parecer increible. (A mí me lo parece). Yo no escuché nunca en mi infancia un comentario en contra de la fiesta, tradicional como la que más, y lo que yo veía era que la gente se divertía, gritaba, animaba a los corredores, muchos terminaban salpicados de sangre sin que les importara lo más mínimo.
Insisto en los detalles porque pese a ello ni sé cuántos años hace que dejó de celebrarse, cuando todos empezamos a caer en la cuenta de que por muy tradicionales que sean, hay celebraciones que suponen la tortura de otros animales y hay que abandonarlas.
Nuestra mentalidad ha ido cambiando paulatinamente: hemos dejado de admitir la tortura a nuestros congéneres en la vida diaria: no aplaudimos las novatadas, tan bien vistas en otro tiempo por quien no las sufría, hemos dejado de considerar el acoso escolar cosa de niños (siempre existió, aunque se viera con otros ojos, más tolerantes), el maltrato a las mujeres tampoco se acepta, aunque siga existiendo. Y, a la vez, vamos empatizando con el resto de los animales, que se parecen a nosotros mas de lo que se diferencian. Desde luego nadie que haya tenido un perro puede decir que los animales no sienten.
No sé si es el momento de suprimir las corridas de toros, como ha decidido el Parlamento Catalán, porque las prohibiciones pueden conseguir lo contrario de lo que se proponen al provocar la reacción de los defensores. Pero sí estoy convencida de que no les queda mucho recorrido porque al irnos humanizando no nos queda más remedio que abandonar las animaladas.
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