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¡Aquí no hay recortes!

Eso es lo que dicen los responsables andaluces de sanidad y educación, pero la realidad es de otro color. Para muestra un botón:

La semana pasada acudimos a un centro de salud de Córdoba ciudad para la cura de una quemadura de segundo grado de 25×15 centímetros en una pantorrilla. La enfermera alternaba su presencia entre dos salas comunicadas y bajo su teórica supervisión una estudiante en prácticas, siguiendo sus instrucciones verbales, realizó la cura.

Una vez descubierta la herida, le echó un vistazo desde lejos, explicó que no era partidaria de vaciar las ampollas de las quemaduras y pidió a la estudiante que la lavara con agua y jabón. A partir de aquí no volvió a entrar en la sala ni ver la evolución de la cura (era evidente que estaba trabajando en la sala contigua que también era de su responsabilidad).

Sus indicaciones a la estudiante:

– A las quemaduras se les pone la crema blanca (sic), pero como no tenemos, le pones la amarilla.

– Las quemaduras se cubren con linitul pero como no tenemos, le ponemos ….  Cubre bien la zona quemada para que evitar que la gasa se pegue, luego un par de compresas y la vendas sin apretar demasiado.

La estudiante busca el apósito que sustituía al linitul y encuentra que solo hay uno que no llega para cubrir la herida. Y entonces…

– Pues es lo que hay, colócalo de forma que cubra lo más posible.

Al salir buscamos una farmacia para comprar lo adecuado y hacer la cura en forma.

¿No hay recortes? La enfermera estaba dejando en manos de una persona que todavía no tenía habilidades suficientes una trabajo que no sabía desempeñar y se notaba. Y no porque ella se hubiera tomado un descanso, sino porque tenía que repartir su atención en varias tareas en dos salas distintas. Falta personal.

Y qué decir de la falta de material.

Está empezando a dejar de ser verdad que nuestra sanidad pública, que puede que no haya sido la mejor en la atención de enfermedades banales, sí era la mejor en los casas graves. El tiempo de espera para pruebas e intervenciones urgentes así lo indica.

 

 

Comienza el curso

Se llama Javi y tiene 4 años. El domingo estaba ansioso, deseando que llegara el lunes para volver al cole. Con la ilusión de quien desea reencoantrar a sus amigos y amigas y a su maestra, de quien está seguro de ir a pasarlo bien y aprender cosas que le interesan. El lunes se levantó temprano y consiguió salir de casa media hora antes de tiempo porque temía llegar tarde.

Javi tiene mucha suerte. Y la tiene por partida doble:

  • En primer lugar, tiene una familia, especialmente su madre, que le acompaña en su aprendizaje, que fomenta sus intereses aun en contra de sus propios gustos, y busca con él información de los temas han despertado su curiosidad. Que buscó información para elegir el colegio en el que solicitar plaza y optó por aquel en el le parecía que podía ser más feliz. Al ver lo contento que va, está convencida de no haberse equivocado.
  • En segundo lugar, va a un colegio en el que se trabaja por proyectos y se implica a la familia en el aprendizaje del alumnado desde siempre. (Una maestra que tenía a sus hijos en él decía hace muchos años que el trabajo de verdad lo hacían en casa, con su madre o su padre, porque las tareas de investigación que les encargaban no eran para alumnado de su nivel, necesitaban una persona adulta y con formación que les facilitara la búsqueda).

Javi va a un colegio concertado de una sola línea en el que el profesorado está seleccionado (tiene que ser afín al proyecto de trabajo y adoptar la metodología común, igual que en cualquier centro privado) y el alumnado… también. En teoría los criterios de admisión  son los mismos que en los centros públicos, pero no conozco ningún centro público en el que no haya alumnos o alumnas con dificultades económicas, de minorías sociales, con necesidades de compensación educativa y en éste sí sucede: todo el alumnado pertenece a lo que conocemos como familias bien, y el único alumno con dificultades las tiene del espectro autista y es hijo de una del las profesoras. Tampoco conozco ningún otro centro en el que no se oferte la asignatura de Religión: es un centro laico (como deberían ser los públicos, por cierto) y si quieres religión te vas a otro.

Cuando mi amigo Miguel nos refrescaba el significado de los conceptos SEGREGACIÓN, INCLUSIÓN, EXCLUSIÓN, INTEGRACIÓN y EQUIDAD relacionados con el alumnado, yo pensaba también en la inequidad que existe entre los centros sostenidos por igual con fondos públicos, no sólo en los medios (no sé si existirá alguno concertado en el que las familias no aporten cantidades significativas de dinero, pese a lo que diga la ley), también en la selección de profesorado y alumnado que realizan. Aunque la última no se reconozca.

Entiendo que haya familias que quieran llevar a sus hijos a colegios elitistas, pero la educación que financia el estado debería aportar las mismas oportunidades  para todo el alumnado. Todos los colegios deberían recibir alumnado diferente en proporciones similares: la diversidad supone dificultades pero aporta riqueza si se gestiona bien, si se incluye a todos y todas de verdad y mucho mejor si se consigue la equidad, como demuestran a diario algunos centros. Y todos deberían contar con los mismo medios: no puede ser que en los centros públicos no se pueda pedir un euro para fotocopias y en los concertados se pida una aportación voluntaria cada trimestre para mejorar las condiciones del centro. Por cierto, ahora que la climatización de las aulas está en fase de inicio en la pública, ¿hay aulas en la concertada andaluza que no la tengan desde  hace años? ¿Quién la financió?

Y el profesorado, ¿cómo en la concertada asume sin rechistar horarios (algunos en secundaria hasta veinticinco horas semanales de clase con muchas que no son de su especialidad), calendario (formación obligatoria en el mes de julio, por ejemplo), metodología…, y en la pública tantas veces se ponen zancadillas a los equipos directivos que intentan salirse de la rutina? También sucede al contrario, que el equipo directivo dificulta cualquier innovación. ¿Cómo es que resulta tan difícil que se reúnan en equipos de trabajo en el mismo centro personas que mejorarían la  educación? Conozco la respuesta, la burocracia se impone, pero ¿así debería ser?

Pese a todo ello los resultados, si nos fijamos en el alumnado que supera la selectividad no son peores en la pública, quizá que hay centros no públicos en los que aprueban los froilanes. 

Cartel pegado en la fachada de un centro público a comienzos de junio

 

 

 

 

Mi madre: una de esas mujeres que llevaron el mundo sobre sus hombros

 

Muchas veces recuerdo el tiempo de recolección, en verano, siendo yo pequeña. ¿Quién se levantaba la primera para dejar aviada la comida para los que nos quedábamos en casa (tres o cuatro niños/as y la abuela sentada en su silla porque apenas podía andar apoyada en su cayado)? ¿Quién preparaba el café (achicoria, claro) para el desayuno, y la fiambrera para llevar? Y antes de amanecer de  camino, para estar a la salida del sol segando el trigo, o cogiendo lentejas, o garbanzos, a la par que su marido.

Pero lo peor venía después, al volver a casa. ¿Será que no traían el mismo cansancio? Porque mientras mi padre daba de comer y beber a las vacas (la yunta) y al borrico, y luego se derrumbaba en la silla, ella preparaba la cena, lavaba la ropa y atendía en lo que hiciera falta a sus hijos pequeños y su madre.

Y si se nos ocurría, críos al fin, acercarnos a él nos decía:

– Anda, deja a tu padre, que está cansado.

Y todo el mundo lo veía normal.

Sirva este recuerdo para presentar a una mujer extraordinaria, como la mayoría de las que vivieron aquellos tiempos durísimos de la posguerra siendo pobres de solemnidad, que se decía. Y no porque no trabajaran.

Mi madre había heredado de su padre la cuarta parte de una huerta (eran cuatro hermanos), y a mi padre su abuelo (no su padre) le cedió algunas tierras para  que las cultivara y así se defendieran. Pero apenas les llegaba. La he oído decir que en aquellos primeros años de matrimonio muchas noches se acostó sin saber cómo y con qué iba a hacer la comida del día siguiente, aunque luego siempre lo logró. Y el médico del pueblo le dijo (un día que se encontraron por la calle, que la consulta había que pagarla) que él tenía a su primer bebé (yo) apuntada  en la lista de los muertos, porque se había enterado de que me estaba criando con sopas de ajo. Se le había retirado la leche y no había para otra cosa. ¿Cuánto sufrimiento suponen experiencias como esas para una madre?  

Sé que se casó enamorada, no porque ella lo dijera, sino porque de otra forma no se entendería una boda en contra de la opinión de las dos familias y en la que ni siquiera perdía el control materno puesto que el matrimonio se quedó a vivir con mi abuela, su madre viuda,  que ya por entonces apenas andaba apoyada en un bastón o en la silla de enea en la que se sentaba.

A los nueve meses y nueve días de su boda nací yo y luego, más o menos cada dos años fueron naciendo hijos e hijas hasta nueve. En un caso el intervalo fue mayor porque tuvo un aborto (espontáneo, por supuesto) por medio. Como consecuencia del aborto hubo de someterse a un legrado y aceptó que se lo practicaran sin anestesia para no tener que pasar una noche en el hospital. (Ya era difícil pagar la operación para tener que añadir la estancia y además, ¿qué iba a pasar en su casa si ellos no volvían? La ciudad estaba a veinte km  y no había forma de avisar).

No es que quisiera tener tantos hijos sino que el único método de control de natalidad al que tenían acceso, aparte de no tener relaciones, claro, era el permitido por la iglesia, el Ogino, que me consta que utilizaban porque encontré un libro que tenían escondido y trataba de él. Y su caso demuestra que los seguidores del método ogino se llaman…  padres de familia numerosa, como se decía con guasa en mi juventud.

Después de tres niñas el cuarto fue niño y nació con parálisis cerebral, aunque ella siempre dijo que los primeros días no tenía problemas. Vivió alrededor de dieciocho años, requiriendo una atención constante que nos repartíamos.

Cuando supo que estaba embarazada por novena vez (décima si contamos el aborto) lloró desconsoladamente. Decía que su confesor le había dado permiso para abortar, que ya había cumplido de sobra con su función reproductora. ¡Como si fuera tan sencillo! Tuvo una hija con síndrome de down y casi muere en el parto.

Por el bien de su marido enfermo (el médico le había dicho que si no cambiaba de entorno y se libraba del estrés que le suponía la proximidad de su familia, moriría) se llevó a su familia a la ciudad, donde arrendó una huerta con vivienda y cuatro vacas lecheras, abandonando lo conocido para empezar una nueva vida. Para entonces ya tenía cuatro hijas, la última bebé todavía, y dos hijos, la mayor de ellos con trece años.

Convenció a su marido (que pensaba que los hijos tienen que seguir los pasos de sus padres) para que su hija mayor, pese a la difícil situación familiar, comenzara a estudiar (con beca, naturalmente) porque la maestra del pueblo le había dicho que sería una pena que no lo hiciera.

Era el alma de su casa, el sostén de la familia. Trabajaba en el campo y llevaba la casa. Y llevar la casa en su primera época de casada significaba algo muy distinto de lo que es hoy porque no sólo no había luz eléctrica, ni agua corriente, es que el agua para beber había que ir a buscarla a una fuente a un par de km. y lavar con agua del pozo era casi imposible porque era salobre, de forma que la ropa la lavaba en el regato, de rodillas sobre una tajuela y frotando sobre un lavadero. El traslado de domicilio suavizó esos aspectos a cambio de endurecer otros.

Pocas veces la vi hacer algo por gusto, siempre la necesidad o lo que otro u otros querían estaba por delante. Quizá lo más parecido al tiempo dedicado a su placer haya sido cultivar flores desde que tuvo la huerta al lado de casa. Un gusto que nos ha contagiado a muchos de sus hijos e hijas.

También nos ha transmitido al educarnos el machismo inherente a su sociedad. En casa no era igual ser chico que ser chica, ya quedó claro al principio. Las mujeres hemos tenido que romper muchos esquemas para superarlo, en alguna medida.

En enfados y discusiones utilizaba, sin ser consciente de ello, una estrategia muy de género: lloraba, se ponía enferma (de verdad, no fingía)… y la mayor parte de las veces conseguía lo que pretendía sin poner en cuestión la autoridad de su marido, que era quien tenía que mandar según su criterio.

Conseguir que sus hijas e hijos no tuviéramos que pasar por lo que ella pasó y que su hija pequeña quede en buenas manos cuando ella falte, han sido sus mayores preocupaciones, una vez superada la enfermedad de su marido.

Como la mayoría de las mujeres de su generación ha sobrevivido a su marido, y mantuvo el alzheimer a raya hasta que él falleció, siempre pendiente de sus horarios y sus medicamentos. Hoy, a sus noventa años, aunque sus recuerdos del pasado se mezclan, confundiendo por ejemplo a su marido con su padre, y olvida lo que ocurre al momento de haber sucedido, sigue pendiente del devenir de su familia y de las muchas molestias que ocasiona con su asistencia al centro de día que tanto bien le hace.

Ojalá el tiempo que le quede sea tranquilo y libre de sufrimiento, tanto físico como mental. Haremos lo posible para que así sea.

Ella es una de las mujeres que han sostenido el mundo, cargando con tareas familiares y sociales que debían haber sido compartidas, arrastrando preocupaciones, y haciendo lo posible y lo imposible para que la siguiente generación lo hayamos tenido más fácil. Sin su esfuerzo y su sacrificio no estaríamos donde estamos.

 

Una buena maestra

Hoy que celebramos la jubilación de mi amiga Antonia quiero dejar constancia de lo que han supuesto sus muchos años de trabajo en Guadalcacín,  de los que coincidimos en el mismo centro los primeros dieciocho.

Antonia llego al Colegio Público Guadalcacín  (curso 79/80) cuando éste estaba en pleno crecimiento: cada año más alumnado y más docentes. Criterios dispares, encontrados a veces, para encontrar solución a los muchos problemas existentes, tanto dentro del grupo como con la Administración. Fueron momentos duros, difíciles, de crisis de crecimiento del centro, de división, que nos dieron muchos quebraderos de cabeza, pero también nos aportaron una experiencia de valor incalculable, porque si las crisis se superan se madura como personas y como grupo. Y la superamos, y la actitud conciliadora de Antonia con su serenidad, su razonamiento ecuánime y tranquilo, su discreción, fue una de las claves para lograrlo.

Después de pasar por aulas provisionales en cuadras, habitaciones de casas vacías, salón del ayuntamiento… el centro terminó teniendo edificios en dos zonas del pueblo y la administración lo divide en dos. Esa separación facilitó la agrupación del  profesorado por afinidades, quedando en el C.P. Guadalcacín un grupo de maestros y maestras, jóvenes en su mayoría, que formamos un claustro unido ante las dificultades pasadas y presentes y  convencido de que nuestro trabajo podía contribuir al cambio social que ya en aquellos años se asumía como imprescindible y que como docentes considerábamos que dependía en gran medida de la educación (no sólo enseñanza) que fuéramos capaces de aportar a nuestro alumnado.

En aquel grupo de excelentes profesionales las propuestas de actividades partían de cualquiera y eran asumidas por el resto si se consideraban beneficiosas para el alumnado. Se llevaron adelante, con esfuerzo colectivo, proyectos que respondían a convocatorias de la administración educativa (Educación Compensatoria, Proyecto Alhambra, Formación en el centro…) y otros que respondían a las inquietudes del grupo por influir en la comunidad: Maratón, Carnaval, Historia de Guadalcacín, Semana Cultural, Día del juego, Cruz de Mayo, homenaje a Dª Tomasa Pinilla… Quienes la vivimos recordamos aquella época como dorada profesionalmente pese a todo lo que supuso de trabajo fuera de horas, de dificultades. Termina con una nueva remodelación de los centros al implantarse la ESO.

Antonia es la última de aquel grupo que aún permanecía en el CEIP Tomasa Pinilla, antes C.P. Guadalcacín. Era quizá la más joven, entró en el magisterio por acceso directo, y no ha sentido la necesidad de buscar un centro más grande o más cercano a su casa como la mayoría.

Tras esta pequeña disgresión cuya finalidad no es otra que poner en contexto su trabajo, quiero dar unas pinceladas de la semblanza de Antonia, la MAESTRA con la que tuve el honor de compartir centro, experiencias, trabajo, ilusiones, esfuerzos, dificultades, alegrías y penas.

Su primera fortaleza es su gran profesionalidad. Esa cualidad que no está reñida con la vocación, pero la complementa y  la supera con creces. Me explico: quien tiene vocación tiene una suerte increíble, porque en muchas ocasiones disfruta trabajando y eso es genial: que te paguen por hacer algo que te gusta es fantástico. Pero nadie disfruta todo el tiempo. Muchas de las cosas que hay que hacer son pesadas, duras, incómodas, requieren una formación que no siempre se tiene o un esfuerzo que no todo el mundo está dispuesto a hacer, aunque debiera. Muchos de los acuerdos que se toman en los órganos colegiados no nos satisfacen o requieren salir de la zona de confort en la que como docentes nos movemos. Y eso es lo que hace un/a buen/a profesional: no sólo hacer todo su trabajo lo mejor que sabe, sino formarse para hacerlo lo mejor posible. Se puede ser buena maestra sin vocación, pero no sin profesionalidad: ella tienes ambas cosas. 

Y lo ha demostrado tanto dentro como fuera del aula. Dentro, nunca la he visto escurrir el bulto y dejar a un alumno/a difícil en la cuneta. Siempre la he encontrado buscado soluciones, hallando nuevos caminos, probando nuevos métodos para que cada niña, cada niño diera lo mejor de sí mismo, para llevar a su alumnado a su mayor y mejor desarrollo personal, buscando que alcanzara seguridad en sí mismo, autonomía y capacidad crítica, por pequeño que fuera.

Y fuera del aula su profesionalidad la ha llevado a hacer lo que fuera necesario para que los acuerdos tomados, fueran o no de su agrado, se realizaran: ¿que se acuerda celebrar el carnaval? La primera en disfrazarse. ¿Que vamos a organizar, un sábado, un maratón? Pues a primera hora para repartir dorsales y organizar grupos. ¿Qué hacemos un periódico? ¿Que vamos a recopilar y contar la historia del pueblo? ¿Que el último proyecto requiere formarse? ¿Que…? 

Otra de sus cualidades profesionales es la  generosidad. Siempre ha sido una suerte tenerla de compañera de ciclo, y no digamos de nivel. Es una trabajadora incansable que pone el fruto de su trabajo a disposición del grupo, que aporta ideas y soluciones, que elabora y comparte materiales, habilidades, respuestas, observaciones, capaz de ver y analizar los fallos para evitarlos (eso que dicen evaluación de la práctica docente, que tan necesario es y tanto nos cuesta) y todo ello sin pretender destacar, sin buscar reconocimiento: genuína generosidad.

Destaca por su carácter conciliador del que hablé al principio, muy relacionado con su empatía, su capacidad no sólo de ponerse en el lugar de la otra persona, sino hacer que otras lo hagan, que nos pusiéramos en los zapatos de quien tiene problemas y así suavizar el juicio y facilitar la solución de las crisis.

No puedo olvidar su resiliencia y su capacidad de superación manifestadas en tantas y tan difíciles situaciones personales, familiares y profesionales. A todos nos tocan, más pronto o más tarde, pero no todos las afrontamos de la misma forma.

Y termino con su valor como escritora que ha mostrado generosamente, además de en su trabajo con el alumnado, en los preciosos cuentos que nos ha ido dedicando, con motivo de nuestra jubilación, a algunas de las personas que por aquí andamos, en los que nos hemos ido viendo reflejados como en un favorecedor espejo y que como es natural conservamos como oro en paño. Sinceramente, espero que tenga tiempo para cultivar esta capacidad.

Una vez me dijeron que no debería ser maestra o maestro quien no tuviera la experiencia de haber amado a alguien. Estoy de acuerdo. He visto cambiar la actitud de más de una o uno hacia el alumnado después del primer hijo, especialmente cuando éste llega al cole. Antonia no ha tenido hijos, ni pareja, pero sí que ha querido y quiere a muchas personas, entre ellas sus alumnas y sus alumnos. Es la maestra que todos querríamos para nuestra hija o nuestro hijo.

Yo creo que digo lo mismo con otras palabras: No puede ser buena maestra quien no es buena persona: Indudablemente, Antonia es muy buena persona.

Siempre he agradecido poder contar con ella en  mi círculo de amigas y amigos, aunque no nos veamos con demasiada frecuencia.

Encuentros

dsc05104_30459573814_oHay veces en que todo parece concertarse para hacer un día especial. El miércoles de la semana pasada fue una de esas ocasiones y sucedió a base de encuentro fortuitos.

  • Una antigua alumna se sentó a mi lado en el autobús para contarme cómo le va la vida (bien, por suerte) y que a sus 28 años es una de las pocas de su promoción que no tiene descendencia, aunque tiene pareja y quiere bebés, pero todavía no. Su hermano continúa estudiando. ¡Si lo supieran sus profes de la ESO! Sorpresas te da la vida, y muchas agradables. ¡Si no tiráramos tan pronto la toalla…!
  • Una pareja con la que tuve mucha relación hace treinta  y muchos años y apenas he visto en los últimos veinte, que me ha recordado los tiempos de crianza, cuando sólo podíamos hacer aquellas actividades que permitieran acudir con niñ@s.
  • El grupo de amigas con las que me he reunido semanalmente para tomar café (o lo que venga bien) y compartir experiencias, desde hace veinte años en que generosamente me admitieron en su intimidad tras mi separación conyugal, ha vuelto a su rutina después de los casi cuatro meses en que mi ausencia de Jerez lo ha dificultado.  ¡Lo que puede aportar una reunión de amigas, y lo que se echa de menos cuando falta!
  • Otro encuentro casual me permitió felicitar a otra antigua alumna (mucho menos antigua), que no conseguía terminar su ciclo de FP por ser el nivel demasiado alto para ella, pero ha encontrado un trabajo adaptado a sus capacidades. Ha sido posible porque su maestra de PT, mi amiga Carmen, la ha puesto en contacto con una empresa que contrata (y paga, lo que estos tiempos es casi una rareza) a personas con diversidad funcional. ¡Esas maestras que no olvidan a su alumnado necesitado de oportunidades!
  • En el ascensor que tan poco uso, una vecina con la que apenas había intercambiado saludos me ha contado la causa de su jubilación anticipada que tan poca ilusión le hace.
  • Una señora de mi edad con la que compartí muchos fines de semana en una pequeña pedanía durante mi primer año de estancia en Jerez, me recordaba lo jóvenes que éramos, lo mucho que disfrutábamos de nuestras charlas, reuniones y paseos por el campo, lo claras que teníamos nuestras prioridades, lo conscientes que éramos de nuestras dificultades para alcanzar una formación si no veníamos (como era el caso de ambas) de familia con posibles (todavía vivía el dictador),  que nuestros respectivos hijos e hijas tienen estudios universitarios… y que todo parece estar truncándose en los últimos años. ¡Otra vez ! ¡Sólo van a poder estudiar los hijos de los ricos! ¡Qué claras sus prioridades! Porque son muchas más las consecuencias del austericio y los recortes, pero ella, que sólo alcanzó la enseñanza primaria, pone el acento en la educación. ¿Habrá muchas personas como ella?
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Tan fugaces como las semillas del diente de león son los momentos de la vida

¿Celebración o reivindicación?

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Este año, por fin, no hay discusión: el ocho de marzo muchas mujeres y bastantes hombres  (no los suficientes, desde luego) reivindicamos los derechos de las mujeres. Los que en algunos países, el nuestro entre ellos, la ley nos reconoce pero la sociedad no hace efectivos, ni en el ámbito privado ni en el público.

Por fin parece que comienza un movimiento internacional, porque la lacra de la violencia contra la mujer es mundial, con la convocatoria de una protesta de mujeres que busca evidenciar cómo sería el mundo si las mujeres no hiciéramos lo que hacemos, nos paguen por ello o no. La convocatoria se ha extendido a muchos países, España entre ellos. Si hoy ves mujeres vestidas de negro o de lila, entiende que están, estamos, reivindicando igualdad, protestando por la violencia de género que lleva 18 mujeres asesinadas (no muertas) a manos de sus parejas, exigiendo «que pare el mundo porque nos están matando, porque no funciona sin nosotras, que paren las calles hasta que podamos transitar seguras, que paren los feminicidios porque nuestras vidas no están a disposición de otros».

Para quienes piensan que no es para tanto, que nos quejamos por vicio, copio aquí el texto que una amiga me envió por WhatsApp, que recoge situaciones habituales que desvelan los micro, o no tan micro, machismos que todas sufrimos o hemos sufrido:

Me dijeron:
No te pongas ese vestido tan corto.
Y después violaron a una mujer cuando llevaba sus vaqueros favoritos.

Me dijeron:
No te quedes hasta muy tarde.
Después arrancaron la ropa y tocaron los pechos de una chica a plena luz del día en unas fiestas populares.

Me dijeron:
No viajes sola por la noche.
Y después violaron y mataron de día a dos mujeres, cuando descubrían el mundo, acompañadas la una de la otra.

Me dijeron:
No cojas el transporte público por la noche.
Luego manosearon a una chica en el metro, sin que nadie hiciera nada, de camino a la universidad.

Me dijeron:
Pídele a algún amigo que te acompañe a casa.
Y luego señalaron y llamaron calientapollas a una chica cuando lo hizo.

Me dijeron:
No sonrías a extraños.
Y luego gritaron borde, puta y quiéntecreesqueeres a una mujer por pasar de largo.

Me dijeron:
No bebas mucho.
Y después pusieron droga a una chica en su bebida.

Me dijeron:
Ten siempre el teléfono a mano.
Y luego una mujer recibió en ese mismo teléfono un vídeo de todas las cosas que le habían hecho la noche anterior.

Me dijeron:
No te vayas con desconocidos.
Y luego una mujer fue violada por un amigo. Una pareja. O un familiar.

Me dijeron:
Denuncia.
Y después le preguntaron qué llevaba puesto, cuánto bebió y por qué se fue con él.

Me dijeron. Me dijeron. Me dijeron.
Ten cuidado, ten cuidado, ten cuidado.
Lo tuve. Lo tengo. Lo tendré.
Hice todo lo que me dijeron.
Ahora explícame qué es lo que hice mal.

Estoy de acuerdo: no todos los hombres sois así.
Pero entiéndelo tú.
A todas las mujeres nos pasa. A todas nosotras.
A mi madre. A mí. A mi hija. A mi amiga. Y a mi compañera de trabajo.
A tu madre. A tu mujer. A tu hija.
A todas las mujeres.
¿Lo empiezas a entender?

No me digas a mí lo que tengo que hacer.
Díselo a ellos.
Enséñales consentimiento.
Enséñales que NO significa NO.
Enséñales respeto.
Enséñales que las mujeres no somos un juguete, ni un objeto, ni una propiedad.
Enséñales a ser responsables.
Enséñales a no violar.

A veces me pregunto si nos odiáis.
A veces me pregunto por qué nos odiáis.
De forma lógica. De forma emocional. Diciendo. Preguntando. Rogando.
Lo hemos intentado todo.

Ya no sé qué más decirte.
Ya no sé cómo explicarlo.
Ya no sé cómo pedirlo.
Qué coño queda por hacer.
No queda nada.
Excepto dolor.
Y rabia.»

Vitika Roy

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