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Perros

Dice Eduard Punset en uno de sus libros (no recuerdo en cual, han sido varios los que he leído este verano), que los otros animales se hacen más inteligentes cuando conviven con nuestra especie. Que la mayor exigencia que implica nuestra sociabilidad favorece un mayor desarrollo, como nos sucede también a los humanos. Debe ser verdad: los perros (hablo de lo que conozco) son capaces de interpretar nuestros deseos y de hacerse entender. Hay quien dice que sólo les falta hablar, pero yo creo que no lo necesitan.

Esta mañana, paseando por la playa con Nora, mi perra, lo he podido comprobar una vez más. ¡Qué bien se ha portado! Pendiente de mí y de su pelota, sin interesarse por los paseantes o las personas que tomaban el sol, sin molestar a nadie. (Vamos a la zona limítrofe al parque natural, fuera del ámbito urbanizado)

Hemos constatado que también los usuarios de la playa están aprendiendo a aceptar que podemos compartir el espacio sin sufrir un trauma. Nadie ha tenido un mal gesto, por el contrario, a muchos les ha llamado la atención y les ha resultado graciosa.En la anterior ocasión, con bastante menos gente (era mayo y ni siquiera estaba la playa abierta) hubo una persona, posiblemente de las que dejan sus basuras en la arena cuando se van, cosa muy frecuente, que ha manifestado su desagrado cuando me ha visto recoger la caca y llevármela en la bolsa.

Solo después de vivir con un perro se pueden entender muchas cosas. Es ésta una experiencia compartida por mucha gente. Recuerdo especialmente un artículo publicado por Javier Cercas en el que explicaba como fue cambiando sus creencias y formas de actuar, partiendo de considerarlos simples animales hasta llegar al punto de no ir del brazo de su perra porque no anda a dos patas. (Siento no poder enlazar el artículo, pero es anterior a mi etapa digital y no lo encuentro)

Yo también he pasado por ello: de no atreverme a hablarle en la calle, por sentirme ridícula, a reirme cuando una alumna me dice que creía que estaba loca porque me había visto hablando con mi perra, y explicarle lo que significa convivir con ella.

Nora con su pelota

¿Cómo puede alguien pensar que los animales no sienten? Sólo no permitiendo que se le acerquen, poniéndose una coraza que les aleje de la realidad para no verse obligados a cambiar su forma de pensar, o de actuar.

Cuento de Paulo Coelho

Los efectos del desprecio

Publica hoy Eduardo Punset en su blog un artículo sobre el impacto negativo que el desprecio tiene sobre las personas y lo duradero que es.

Leerlo me ha hecho pensar en la forma más dolorosa de acoso escolar para un adolescente: echarle fuera del grupo, no reconocerle como igual, despreciarle. Justo en el momento vital en el que lo que opine el grupo de iguales es la mayor fuente de  satisfacciones y  frustraciones personales, en que la opinión de los adultos pasa a un segundo plano.

Y no siempre es fácil de detectar. Ya se cuidan los acosadores de actuar a escondidas de los adultos sensibles, y de controlar al grupo para que no hable. Por más que se intenta desarrollar en ellos la empatía, que se pongan en el lugar del acosado y actúen como les gustaría que otros actuaran si fueran ellos los que lo estuvieran pasando así de mal, pensar en ser considerados chivatos hace que mantengan el silencio cómplice. Y no pocas veces se añade el miedo real al matón que hace creibles sus amanazas.

En los centros docentes el profesorado está cada día más sensibilizado ante estos asuntos, como sucede en la sociedad con la violencia de género.  Siempre que se conoce un caso, o se tienen sospechas de que exista, se actúa, pero es seguro que muchos chicos y chicas quedan marcados por el desprecio de sus colegas que no hemos detectado a tiempo.

Se que el artículo de Punset no se refería de forma específica al bulling, pero debe ser verdad que cada uno enfocamos lo que leemos con las gafas de nuestras preocupaciones.

Enlazo aquí el artículo.