Todas las innovaciones han producido temores y escándalos. Incluso aquellas que han facilitado la vida han suscitado miedos.
Las relacionadas con la cultura, también. Hasta es posible que más que otras, al no estar directamente relacionadas con la supervivencia.
La imprenta, que hoy nadie duda lo que significó al poner la cultura de cierto nivel al alcance de muchas más personas, hizo innecesario aprender de memoria aquello que se transmitía por tradición oral. Y al fijar una versión de, por ejemplo, las obras teatrales, impidió su adaptación al contexto como al parecer era la tónica dominante con anterioridad. (Al menos eso dicen, valorándolo negativamente, los que hablan del paréntesis Gutenberg)
Antes de la generalización de los teléfonos móviles todos guardábamos en la memoria un buen puñado de números que usábamos con cierta frecuencia. Hoy hacemos la consulta no a nuestra memoria, a la del aparato. ¿Hemos perdido capacidad de memorizar, o la dedicamos a otros menesteres?
Cuando no disponíamos de calculadora hacíamos operaciones larguísimas, dedicando a ellas un tiempo que hoy no estaríamos dispuestos a invertir en ello. Me molesta que cuando voy a comprar tres pasteles tengan que sumar con la calculadora, si sucede, pero no quiero que mi alumnado dedique el tiempo de clase a hacer raíces cuadradas, por ejemplo.
Hoy, el uso de internet está haciendo innecesario guardar en nuestra memoria una ingente cantidad de datos. El tiempo del enciclopedismo pasó hace rato, nadie puede saber todo de casi nada. El concepto de persona culta está cambiando, lo queramos o no. Los jóvenes de hoy, aunque a algunos les cueste reconocerlo, manejan mucha más información que los de hace sólo veinte años. Es otra información, claro: la que para esta generación es relevante.
Hay muchas discusiones al respecto, todos y todas opinamos desde nuestro particular enfoque. Y no siempre lo hacemos analizando todas las variables, porque nuestros apriorismos influyen demasiado en nuestro pensamiento.
Hoy Vargas Llosa publica un artículo en el que, reconociendo que carece de los conocimientos neurológicos y de informática para juzgar hasta qué punto son confiables las pruebas y experimentos científicos que describe Nicholas Carr en el libro del que parte para dar su opinión, deja ésta clara: cuanto más inteligente sea nuestro ordenador más tontos seremos nosotros. El título ya es elocuente: Más información, menos conocimiento.
El debate sobre si el cambio en el uso que hacemos de nuestras capacidades influye en la estructura interna de nuestro cerebro, en nuestras conexiones neuronales, será resuelto, posiblemente sin tardar mucho, por las investigaciones que ya están en curso. Pero sean cuales sean los resultados, la realidad ya está modificada y no tiene que ser para mal, como muchos presuponen. Lo decía hace unos días, en un documentado artículo, Perogrullo: Internet modifica la memoria: para bien.
En la enseñanza, cuando se repite tanto lo que hemos bajado el nivel, porque se exigen menos datos, olvidamos que se piden, cuando lo hacemos bien, más relaciones entre ellos, más causas y consecuencias es vez de listas de nombres y fechas, es decir más elaboración de contenidos, más nivel en definitiva.
Y va siendo hora de que saquemos consecuencias de la nueva realidad que se ha impuesto en la sociedad. Aunque sea por supervivencia, porque si no lo hacemos, nos arrollará: tiene potencia suficiente para ello.