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Lectura

Cuando se habla de leer se piensa siempre en una actividad individual, para algunos incluso individualista, que aisla de los demás.

¡Que placer más genuino el que proporciona la lectura de un buen libro! Para cada lector será un libro distinto, seguramente, pero cuando los gustos coinciden, poder comentar lo leido convierte el placer individual en colectivo. Los clubs de lectura, que se mantienen en algunos sitios, son buena muestra de ello. Y la recomendación personal de los amigos, la mejor promoción.

Cuando mis hijos eran pequeños hemos pasado buenos momentos leyendo en alta voz, interpretando casi, mientras esperábamos que la comida estuviera lista, un libro que a uno de nosotros le había llamado la atención especialmente. Era uno de los infantiles de Roald Dahl, que nos hizo reir hasta cansarnos.

Y yo conservo un imborrable recuerdo de disfrute familiar de la lectura de mi infancia. En las largas noches de invierno, cuando todavía no había llegado la luz eléctrica a los pueblos de Castilla, a la luz de un candil y al amor de la lumbre, mi padre leía, con muy buena entonación, las novelas que había en la vecindad, e iban pasando de unas manos a otras. Eran un lujo increible. Ben Hur, Genoveva de Brabante…, largas historias que nos tenían encandilados durante semanas.

No era solitario el placer de la lectura entonces.

La imagen está tomada de robertoisla69.wordpress.com

Y ahora que se discute sobre si el libro en papel se perderá por causa de los nuevos formatos, merece la pena ver el video:

Al hilo de la conversación

He asistido a la presentación de un libro un poco particular. Lo escribe una mujer que reconoce haber escondido su origen andaluz y campesino para ser aceptada en la sociedad urbanita barcelonesa y escribe lo que le cuentan unas mujeres andaluzas y campesinas, que han sido capaces de superar las dificultades que les planteó la vida en un poblado de colonización como tantos otros, disfrutando, en medio de las penalidades, de pequeñas alegrías, que también les tocaron. Han tenido la valentía de contar su historia, que no su vida (hay cosas que no se cuentan, decía una de ellas) y con ello seguramente molestar a otros.

Estas mujeres, que han llevado el peso de la familia (muy numerosa generalmente), han trabajado en el campo y apenas han tenido posibilidad de elegir: era lo que había, me han recordado a mi madre.

Muchas veces recuerdo el tiempo de recolección, en verano, siendo yo pequeña. ¿Quién se levantaba la primera para dejar aviada la comida para los que nos quedábamos en casa (tres o cuatro niños/as y la abuela sentada en su silla porque apenas podía andar apoyada en su cayado)? ¿Quién preparaba el café (achicoria, claro) para el desayuno, y la fiambrera para llevar? Y antes de amanecer, de  camino, para estar a la salida del sol segando el trigo, o cogiendo lentejas, o garbanzos, a la par que su marido. Pero lo mejor era después, al volver a casa: ¿Será que no traían el mismo cansancio? Porque mientras mi padre daba de comer y beber a las vacas (la yunta) y al borrico y se derrumbaba en la silla, ella preparaba la cena, lavaba la ropa y atendía en lo que hiciera falta a sus hijos pequeños y su madre.

Y si se nos ocurría, críos al fin, acercarnos a él nos decía:

– Anda, deja a tu padre, que está cansado.

Y todo el mundo lo veía normal.

Estas son las mujeres que han sostenido el mundo y han permitido a los hombres destacar. Menos mal que, aunque lentamente, las cosas han cambiado. Y más que tienen que cambiar: aún quedan muchas injusticias y muchos abusos ocultos en las relaciones de pareja, especialmente entre los más jóvenes. Y sé de lo que hablo.