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Profesionalidad

En estos días en que tantos compañeros y compañeras o simplemente colegas, están empezando un nuevo curso, preparándose para recibir al alumnado, no puedo menos que ponerme en su lugar, recordando tantas veces como lo viví, los nervios del comienzo como si cada año fuera la primera vez, las ganas de conocer a los grupos de personas con las que vas trabajar.. .

Hablando con unos y con otras y viendo el panorama un poco desde fuera (no del todo, claro que no) se percibe muy claramente la diferencia entre quienes van a poner toda la carne en el asador porque lo viven (expresión de una alumna) y quienes van simplemente a cumplir, quienes llevan las mariposas en el estómago y quienes solamente esperan que no se lo pongan muy difícil.

Y luego están los y las que se apenan porque se terminaron las vacaciones, están deseando poder jubilarse, pero mientras tanto se ganan el sueldo no sólo con dignidad sino de la mejor manera posible: con profesionalidad. Sin tener eso que conocemos como vocación, que puede hacer más fácil el trabajo, hacen lo necesario para que el suyo sea productivo, se involucran en el funcionamiento del centro, se forman, se comprometen con alumnado y familias, buscan alternativas para el alumnado con dificultades, son responsables en el sentido más amplio del término.

Entre el profesorado hay muy buenos profesionales, con vocación y sin ella, y también los hay muy mediocres. Como en todas partes, por cierto. Un grupo de buenos profesionales es un lujo para un centro y para cada uno de sus miembros y  en ocasiones consigue que el resto se una al proyecto y mejore su trabajo.

Estoy convencida de que a nadie se le puede exigir vocación, pero todas y todos deberíamos tener profesionalidad, que no es otra cosa que desempeñar el trabajo poniendo todo el empeño posible, como quisiéramos que lo pusiera el profesor o profesora de nuestra hija o hijo. Y a quien no la tiene  se le debería exigir, que no es ésta una profesión para gente sin impulso vital.

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El amanecer de hoy

Dedico esta entrada a una amiga que es una profesional como la copa de un pino y está en periodo de adaptación a la vida sin trabajo: se acaba de jubilar,  reconociendo que haber trabajado en lo que le gusta ha sido un lujo increíble. ¡Enhorabuena, Jose, lo mejor está por vivir!

 

 

No somos tontos, ni tontas

En estos días de verano en los que nos encontramos fuera de los espacios habituales, estoy descubriendo que el curso escolar se está alargando para personas que solían terminarlo antes. Y eso porque están muy preocupadas.

2014-05-05 11.41.54He coincidido en distintos espacios, un paseo por la playa entre ellos, con directoras y directores de primaria que todavía ayer estaban fijando una fecha para una cita en la Consejería de Educación, y que expresaban su preocupación por las consecuencias de las nuevas normas de funcionamiento de los centros.

Y es que pese a que el gobierno de la comunidad mantiene su tesis de que no se aplicarán recortes en educación éstos son evidentes, según quienes los sufren:

  • Se acabó el profesorado de sobredotación por bilingüismo. Hay que seguir haciendo lo mismo pero con un/a profe menos.
  • Se mantiene la reducción de dos horas para el profesorado con más de 55 años, pero sólo se dota al centro de un profesor a partir de diez personas con derecho a la reducción. Si son nueve (dieciocho horas) el centro se las apaña. ¿Cómo? Todos los grupos de clase tendrán que estar completos en todo momento con un solo docente, es decir:
  • Se acabaron los apoyos al alumnado que tiene otras necesidades educativas. Los borradores del Decreto y la Orden que lo desarrolla reconocen su necesidad, especifican criterios, actuaciones y medidas de atención a la diversidad… que se fían a la autonomía de cada centro. ¿Sin dotarlo de profesorado? Si es así, como parece, se acabó la calidad de la enseñanza.
  • igualdad-justicia-utopia-2Hay quien teme (y es avezado en verlas venir) que se vaya a tratar a todos los centros por igual. Y nada hay más injusto que tratar igual a los que son diferentes, como explica la imagen.

Aunque se haya dicho muchas veces y así se reconozca en los borradores de los documentos citados, no está de más repetir lo importante que es atender y subsanar las dificultades de aprendizaje cuanto antes: detectarlas en infantil y tratarlas ahí y en los dos primeros cursos de primaria.

A partir del tercero sólo cuando están en manos de profesorado excepcional se pueden obtener resultados aceptables. En la mayoría de los casos se ponen parches para minimizar los daños (muchas veces más al grupo  que al propio alumno o alumna con dificultades).

Por eso no puedo entender que sólo se vayan a mantener los apoyos en aquellos centros en los que el profesorado sea joven. Todos menores de 55 años, porque cada uno mayor de esa edad significará dos horas menos (casi tres sesiones de 45 minutos, después de un cambio del que habría mucho que hablar) de atención a niños y niñas con dificultades de aprendizaje.

No puedo entender que se diga una cosa y la realidad vaya por caminos completamente diferentes. Que se reconozcan derechos sólo sobre el papel porque a la hora de la verdad falten los elementos básicos para hacerlos realidad.

No basta con decir que no se recorta porque no, no somos tontas. Ni tontos.

Recordando

La Delegación de Educación de la Junta de Andalucía (disculpen que no use la 1401182831271denominación actual completa, es demasiado larga) invitó el pasado martes a todas y todos los docentes jubilados el año anterior a un acto de homenaje colectivo, con entrega de un diploma de reconocimiento y la insignia de plata de la Junta. Por lo visto se viene realizando desde hace quince años, supongo que en el resto de las provincias también.

Las dos personas que intervinieron en representación del profesorado recordaron, al hilo de su trayectoria profesional, la evolución y las vicisitudes de la educación en los últimos sesenta años. Desde aquellas pizarras con marco de madera en las que aprendimos a escribir, (antecesoras de las actuales tablets, decía el compañero) hasta los recortes actuales que agobian a los centros.

Y, abierto el baúl de los recuerdos, seguimos después evocando otras realidades:lo que no se estudiaba (la historia del siglo XX), lo que se estudiaba en demasía (la religión), lo que no existía (coeducación), los libros de lectura, tan edificantes, y el texto de los problemas de matemáticas.

De éstos últimos, en muchas ocasiones tan absurdos como los que aparecen en El elfloridopensilFlorido Pensil, algunos eran representativos de la realidad social y económica. Así, los problemas de mezclas que aparecían en nuestros manuales, se referían sobre todo a mezclas de agua y vino o leche y agua, que, aunque hoy pueda parecer increíble era algo que sucedía con frecuencia entonces.

No se les olvidó, y yo tampoco quiero olvidarlo, reclamar recursos y personal, y especialmente una ley consensuada que no cambie cada vez que lo haga el color del gobierno.

No estaría mal que nos hicieran caso.

El florido pensil

Aprendí a leer

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En un pequeño pueblo de la provincia de Salamanca de alrededor de mil habitantes, la mayoría de los cuales malviven de la agricultura, propia o a jornal. Naturalmente, unos cuantos viven con holgura porque tienen tierras suficientes para ello, y alguno tiene hasta una dehesa, pero no hay que contar con él más que el día de la romería, que va hasta la ermita de su propiedad, y en ocasiones para las caridades de navidad al estilo de Los santos Inocentes de Delibes.

Debía ser el año 1954 porque mi madre siempre ha dicho que como doña Juana, la única maestra en aquel momento, era su vecina y la quería mucho, me admitió antes de cumplir los 6 años. Por espacio en el aula no había problemas. Como todavía no se había construido la escuela de niñas, la clase se impartía en el salón parroquial, un espacio rectangular largo y estrecho, mal iluminado por tres ventanas verticales. Allí cabíamos las alrededor de 60 niñas del pueblo en edad escolar, de 6 a 14 años.

La escuela era, claro está, unitaria de niñas. Cuando se construyó el edificio, creo que al año siguiente, pasó a ser graduada de niñas, al lado de la graduada de niños, pero sin relación ninguna con ella. A partir de entonces tendríamos dos clases: doña Juana se quedó con la de las mayores y las pequeñas pasamos a manos de la nueva y también estupenda maestra: doña Consuelo.

El material con el que acudíamos a la escuela no tenía nada que ver con el actual: consistía en la cartilla, una pizarra del tamaño aproximado de una cuartilla incluyendo su marco de madera, un pizarrín y un trapo para borrar que se llevaba atado para que no borráramos con la mano. Una vez que sabíamos escribir con soltura pasábamos a usar el cuaderno de dos rayas y el lápiz.

El respeto a la maestra, como a los padres, tenía a veces más que ver con el miedo que con otra cosa, porque los castigos físicos no estaban mal vistos y no eran raros, aunque no pasaran de una bofetada o unos azotes. Todas, y todos, teníamos claro que más valía que en casa no se enteraran de que  en clase nos habían reñido, castigado o dado una torta: recibirías el doble.

Asistir a clase era una posibilidad que se iba al garete cuando había algo que hacer en casa o en el campo. La de veces que le escuché a mi abuela aquello de que el oficio del niño es poco pero el que lo pierde es un loco. Sólo cuando la razón era hacer los dulces para las fiestas del pueblo no me importaba faltar a clase. Pero a veces se consideraba imprescindible.

Siempre me he preguntado cómo se las apañaban los maestros y maestras de entonces para atender a toda aquella chiquillería tan dispar. Recuerdo el runrún de la clase, bajito, porque cuando hablaba la maestra se la oía, pero permanente, como el de una colmena.

Cada grupo hacía tareas diferentes, y había ratos en que alguna de las mayores daba de leer a las que estábamos aprendiendo. Las cosas se hacían sin prisa, cuando ya sabías leer una página de la cartilla pasabas a la siguiente. Si alguien en casa leía contigo, o tenías mucha facilidad, aprendías antes. Si no era el caso, tardabas más.

La vida de las niñas y los niños no era fácil entonces, como tampoco lo era la de los adultos. Comodidades, ninguna, ni siquiera agua corriente, ni luz eléctrica, con todo lo que ello implica. La comida escaseaba en muchas casas, la nuestra entre ellas. En aquellos inviernos tan fríos que se helaba el agua del caorzo hasta el punto de que los muchachos lo recorrían en toda su longitud patinando bajo los árboles, la única fuente de calor en el aula, aparte del que nosotras generábamos, era un brasero de cisco bajo la mesa de la maestra. Había días en que no podíamos escribir porque las manos se nos entumecían de frío.

Pero a luz de un candil y al amor de la lumbre, en mi casa, en las largas noches de invierno, se producía un milagro: se escuchaban historias fantásticas, terribles, bonitas… que no tenían nada que ver con la vida que vivíamos, en las que los protagonistas pasaban muchas penalidades pero terminaban siendo felices. Mi padre leía en voz alta y los demás escuchábamos embobados, las manos ocupadas si había faena: desgranar maíz, seleccionar las alubias, coser o hacer punto. Los pocos libros que había en la vecindad circulaban de casa en casa: se prestaban (como el pan, pero esa es otra historia). Y si se acababan, se volvían a leer.

Si leyendo se podía conocer historias y enterarse de las partes que una se perdía cuando uno de los más pequeños lloraba (mi familia aumentaba cada dos años) y había que ir a mecerlo hasta que se dormía, ¿cómo no querer leer? Yo creo que me gusta la lectura desde antes de ser lectora gracias a esta costumbre familiar que se perdió cuando llegaron la comodidades y hubo otras formas de entretenimiento.

Escribí este post a petición de Mayti. Ella lo publicó en su blog   del  mismo título e hizo la ilustración.

¡Enhorabuena, compañera!

Hoy, 18 noviembre, cumple 65 años y se jubila una compañera. Digo bien: compañera, porque en compañía, una junto a otra, hemos trabajado por la educación de muchos grupos de niños y niñas, antes, de chicas y chicos, después. Diferencio compañera, con la que se trabaja en compañía, de colega: persona de la misma profesión, nada más.

IMG-20131105-WA0007Hemos compartido inquietudes, intereses, experiencias y, sobre todo, el trabajo diario para conseguir que nuestro alumnado alcanzara las mayores cotas de formación y madurez personal, no sólo académica.

Tutora excelente, siempre ha conocido la situación familiar y personal de cada uno y cada una de sus tutorizados y actuado en consecuencia con ellos, con su familia y con el equipo educativo, que no siempre quiere tener en cuenta otros aspectos que no sean aprendizaje y comportamiento en clase.

Comprometida, implicada, buena profesional, cristiana convencida, de las que dan testimonio con su ejemplo más que con sus palabras, pero sin rehuir dar su opinión desde su opción religiosa. Siempre desde el respeto a las opiniones y criterios que pudiéramos tener los demás.

Cuando ha pasado épocas difíciles, que las ha tenido, como casi todos, ha sabido estar a la altura de la situación y dejar el trabajo, que le podía resultar terapéutico al sacarla de su ensimismamiento (quien no ama su trabajo no podrá entender esto), por temor a perjudicar a su alumnado al no poder rendir al cien por cien.

Muchos días ha llegado al centro comentando con alegría que había encontrado a Fulanito o Menganita, que fueron alumnos hace diez, quince años, trabajando en tal o cual sitio y le habían contado cómo les iba en la vida, lo que da muestra de las buenas relaciones establecidas. Seguirá encontrándoles, porque el mundo es pequeño, y seguirá interesándose por su vida y alegrándose de sus éxitos y sintiendo pena por sus fracasos.

Lo expresa perfectamente Gabriel Celaya en el poema que publiqué en una entrada anterior y que le dedico.

Estoy segura de que en medio de sus actividades familiares con hijos y nietos encontrará tiempo para alguna labor social.

Seguiremos compartiendo intereses, experiencias, inquietudes, que no serán las derivadas del trabajo diario, pero serán.

Y doy gracias a la vida, que me ha dado tanto. Entre otras muchas cosas, la posibilidad de trabajar con Mame

 

Jornada de lucha por la escuela pública

No es nuevo: estoy a favor de la escuela pública de calidad y en contra de la LOMCE, que favorece de forma manifiesta a la escuela privada.

Si perdemos el derecho al acceso a la educación en condiciones de igualdad estaremos condenando a gran parte de la población, y en consecuencia al país, a una vida menos satisfactoria, al privarles de la posibilidad de mejorar su situación de partida.

Entre los derechos que estamos perdiendo en esta crisis tomada como excusa para la reforma, a todas luces ideológica, de la sociedad del bienestar que creíamos conseguida, los relacionados con la educación están entre los más dolorosos porque afectan al futuro, a nuestros hijos y nietos.

La relación entre el nivel de estudios de padres y madres y los resultados en la pruebas PISA del alumnado actual, que pone de manifiesto José María Maraval en los últimos párrafos de este artículo, nos da la clave de lo que nos puede esperar en el futuro si no conseguimos que se corrija la derrota que marca la LOMCE.

Hay quienes se han tomado grandes molestias para poner en evidencia los errores que suponen los recortes y la ley. Aquí dejo dos ejemplos que circulan en la red y han sido creados para que se transmitan viralmente.

Éste utiliza un método que recuerda aquellos tiempos a los que parece que quieren devolvernos.

Como dice mi amiga Charo, a mí, mañana, no me cuentan porque no me descuentan. Pero estaré en la manifestación. Y dejo clara mi opinión: Porque creo en la Educación, defiendo la Pública: