Si vivimos en un estado laico, ¿qué pinta la religión en la escuela?
¡Ah!, que no vivimos en un estado laico, sólo en uno no confesional. Pues el Papa parece partidario del laicismo, y su opinión debería importar a los obispos españoles, que no quieren perder ni un ápice de su influencia en la escuela.
Por cierto, si nuestro estado es no confesional, ¿por qué los los actos organizados en recuerdo u homenaje de víctimas, sean de la confesión que sean, son funerales católicos?
Volviendo a la pregunta inicial: ¿qué pinta la religión en la escuela? Pues verán:
En infantil, donde la ley no impone que se imparta, si el o la profe de religión tiene horas para ello, se imparte. ¿Por qué? Porque así el profesorado tutor tiene la posibilidad de tener una hora para otras cosas (preparar materiales para la clase, por ejemplo) Por eso, cuando hay familias que no quieren que su hijo o hija la reciba, en ocasiones desde los centros se hace lo posible (aunque no sea correcto) para que cambien de opinión. Así lo cuenta Gorka. Debo decir que la solución ha sido satisfactoria y la pequeña no se queda en clase de religión sin que sufra menoscabo en su autoestima.
En primaria suelen decidir los padres y cuando la mayoría opta porque sus hijos la reciban se plantean situaciones similares a las de infantil. La tutora o el tutor debe atender a la minoría (en ocasiones uno o dos), aunque no siempre se haga así y aunque la ley no plantea ni exige programación de esa actividad.
En secundaria, donde es el alumnado el que decide si asiste o no a la clase de religión, y no en función de su interés en el tema sino de lo bien o mal que se lo va a pasar en esa hora, como la clase no suele ser muy atractiva, aumentan los desafectos. Y hay que organizar los grupos en función de la opción elegida para que el aprovechamiento de los recursos humanos, siempre escasos, sea el máximo. ¡Vaya si pinta!
Para que los y las que optan por la religión no se vean perjudicados, la clase alternativa no debe tener contenidos y si se hace algo interesante el o la profe de religión puede denunciarlo por incumplimiento del acuerdo Iglesia-Estado. ¿Pinta o no pinta?
La iglesia quiere que la religión sea una asignatura como las demás y que su nota cuente, igual que la de matemáticas, dicen. (Y en la LOMCE lo consiguen). Pero la clase no es como las demás, sino puro adoctrinamiento. Y los que no tienen habilidad para ello a veces ponen películas, muchas películas.
¿A quién beneficia la situación? Yo creo que al alumnado no. La religión, para las personas creyentes, que no son tantas como cuenta la iglesia católica española, tiene su ámbito, y no es la escuela. Llevamos años diciéndolo y no entendemos cómo sigue estando ahí e incluso mejorando su estatus.
Por ello me adhiero a la campaña lanzada por @jochimet para que la religión salga de la escuela:
Una ventaja de vivir y reflexionar en una época de crisis sistémica como la nuestra, es la siguiente: la necesidad de replantaernos los supuestos y fundamentos de nuestra dimensión pública y privada. Hemos dicho crisis sistémica: política, economía, sociedad y cultura están interrelacionados en un continuo que nos ha llevado a la situación actual. La educación es una parte de este fracaso colectivo. No puede haber debate educativo que se abstraiga del debate de fundamentos en que nos hallamos.
Queremos acercarnos y argumentar una idea que tiene una larga tradición: la ejemplaridad. Desde Aristóteles hasta nuestro cercano Javier Gomá, un ideal que atraviesa la cultura occidental, un ideal crítico del realismo mediocre desde el que vivimos y pensamos. Nuestra España del s.XXI necesita un impulso de ejemplaridad que nos afecta a todos: nuestro país abusa del discurso y ejemplariza pocas conductas. Esta intuición que enuncio, afecta a todos las élites: políticas, económicas, sociales y culturales. ¿Por qué? La sociedad donde desarrollan su actividad se lo permite, ha normalizado lo que debería ser razón de crítica. Normalizar lo que debería ser criticable, es decir que no somos diferentes. Lo siento: no podemos serlo, no somos iguales.
Ejemplaridad implica que cada individuo tome su actividad como ejemplo. ¿Qué quiere decir esto? Un profesor que cada día a las 8,00 de la mañana entra motivado y comprometido en una clase difícil y compleja, es el mejor argumento para mejorar nuestro contexto y nuestro país. Las leyes educativas no dan clase, somos nosotros. Ninguna ley mejorará nuestro trabajo de aula, somos nosotros. Ningún partido político o sindicato da clase, somos nosotros. Aristóteles afirmaba la actividad como el verdadero motor del cambio moral: es nuestra voluntad lo que está en juego.
Ejemplaridad implica responsabilidad concreta de cada uno de nosotros. El trabajo que hacemos cada día es tan importante, que muchas veces hemos olvidado lo esencial: la educación no es una opción profesional más, es una pasión donde construimos personas. Pasión es motivación intrínseca: nadie vendrá a hacer un buen trabajo por nosotros. Cuando desde este lugar hemos propuesto posibles soluciones, lo hacemos con un única convicción: la excelencia de cada profesor es su mejor ejemplo. Están ahí, trabajan al lado de nosotros: su modelo es lo que nos hará salir de la mediocridad. Esta sociedad debe volver a saberlo: un buen profesor es un capital social que crea futuro cada día.
Ejemplaridad pública, ejemplaridad educativa: somos nosotros. Ningún país tiene futuro, sin un sistema educativo que lo construya. Es desolador seguir escuchando discursos desde todos los ámbitos: un poco de silencio, demuéstramelo con tus actos. Perdonen el testimonio, no hay mejor argumento: esta mañana fría y áspera, esperando para entrar en las clases, las conversaciones se cruzaban entre reproches a la clase política y económica. Un compañero admirable al que le quedan dos años para jubilarse; un compañero que lleva más de tres décadas en nuestro oficio, me dijo al oído: “Nadie ha podido conmigo, hoy quiero dar la mejor clase que pueda” . Gracias: Aristóteles no lo hubiera dicho mejor…
Dedico este poema a aquellos antiguos alumnos y alumnas que vuelven de vez en cuando, a veces cada curso, para dar noticias de su vida académica y personal. En la foto con una de ellas.
Muchas mujeres siguen cuidando a sus familiares ancianos o enfermos. También lo hacen algunos hombres, menos indudablemente pero los hay.
Para hacerlo, algunas de estas personas han aplazado sus vidas, renunciando a muchas de sus ilusiones, sin saber si podrán reanudarlas alguna vez.
Entre ellas está una de mis amigas. Tiene un padre machista que siempre estuvo convencido de tener derecho a todo en su casa. Tuvo una madre sometida que aguantó todo lo que su marido quiso, con resignación (cristiana). Vivió en función de los deseos de él, pero no lo suficiente para soportarle hasta el final.
Desde hace años mi amiga ha sustituido a su madre en los cuidados, aunque sin la conformidad necesaria para que su padre se sienta a sus anchas. Él pretende que sólo se dedique a atenderle en su necesidades y caprichos, a cualquier hora y sin límites. ¿Para qué tuvo una hija si no? Ella tiene la obligación y él el derecho.
Hace unos días la encontré con un moretón. No había satisfecho una de sus exigencias con la debida celeridad y le había tirado el andador. A dar. Si no fue más grave es porque casi esquivó el golpe.
Llegué a Guadalcacín en septiembre de 1974 con una hija pequeña y otra en camino, para incorporarme a la tarea docente de una localidad pequeñita, de menos de cinco mil habitantes, con el compromiso de permanencer durante seis cursos, después de haber pasado dos años en una escuela unitaria de difícil desempeño, uno anterior en la zona sur de Jerez del que guardo muy buenos recuerdos, y el primero en la enseñanza privada, mientras estudiaba oposiciones.
Traía mi mochila cargada de ilusiones, de entusiasmo por un trabajo elegido a conciencia, por gusto, que ha sido siempre más que un trabajo y ha contribuido a hacer de la educación el leitmotif de mi vida: ser madre y ser maestra se complementan.
Escuché una vez, hace mucho tiempo, que no debería ser maestro o maestra quien no tuviera la experiencia de haber amado. No puedo estar más de acuerdo: sin empatía, sin afecto, sin emoción, sin respeto por el alumnado, es imposible educar. Lo decía hace unos días el exministro de educación Angel Gabilondo: «El mejor método educativo es querer a los alumnos, hablar bien de ellos, esperar algo de ellos».Tener hijos ayuda a ponerse en el lugar de padres y madres y obliga a preguntarse: ¿y si fuera mi hija, mi hijo?
Seis cursos parecía mucho tiempo pero se han convertido en 39, y aquí sigo. Y mi mochila no se ha vaciado.
Aquí me he adaptado a las nuevas leyes (seis, si no recuerdo mal las que contó Manuel Santander en su lección magistral), a los nuevos materiales (de la multicopista manual que compartíamos con la parroquia y el corresponsal de la Seguridad Social, a las fotocopiadoras actuales que hasta grapan las hojas; de hacer clichés con un punzón, a los ordenadores actuales, con pizarra digital incluida; de aquellos periódicos escolares elaboradísimos, maquetados a mano, a los actuales blogs de clase), a los cambios en las familias que repercuten en la escuela (aquellas familias de 10, 12, 14 hijos, se han transformado en las de hijo único, como mucho dos, actuales), al nuevo alumnado, ni mejor ni peor que el de décadas anteriores: diferente, porque diferente es la sociedad en la que vive.
Pero no he perdido la creencia de que la educación puede cambiar la sociedad, ni el entusiasmo por aportar mi granito de arena, o el placer de ver crecer, madurar y formarse al alumnado que pasa cada curso. Y sigo sufriendo el desencanto de no ser capaz de conseguir que algunos alumnos y alumnas aprendan lo necesario y se integren en las tareas docentes, pese a haber puesto todo el empeño en ello.
Termino mi vida laboral porque se ha cumplido el tiempo, no porque haya agotado el bagaje con el que llegué o no me queden fuerzas. Las dedicaré a otros menesteres, alguno de ellos seguramente relacionado con la educación.
Ha llegado el momento de despedirme:
De agradecer a tantos compañeros y compañeras haber compartido alegrías y
sinsabores, momentos dulces y amargos, ilusiones y desengaños, trabajo y compromiso. Sin su compañía, sin su hombro amigo, nada hubiera funcionado, porque la educación es una tarea colectiva. También a aquellos y aquellas con cuya forma de entender la educación en la escuela no he coincidido: los debates enriquecen la vida; y la escuela, como la sociedad, no es uniforme sino diversa.
De recordar al alumnado tan variopinto que en todos estos años ha pasado por mi aula y por los centros que he dirigido. Aunque mi intención siempre haya sido la mejor no siempre he acertado a dar a cada uno y cada una lo que necesitaba. Pido disculpas a aquellos que en algún momento puedan haberse sentido heridos. Y agradezco a todas y todos lo mucho que me han aportado y la oportunidad de haber podido corresponderles en alguna medida.
De agradecer a padres y madres la confianza depositada, las experiencias compartidas en escuelas de madres, en AMPAS, en entrevistas personales; los compromisos para mejorar el rendimiento y el comportamiento de sus hijos e hijas, mucho antes de que aparecieran en los documentos oficiales; la colaboración en la organización de fiestas y eventos; la manifestación de que sus hij@s han recibido una formación sólida que les ha permitido continuar estudios.
De manifestar públicamente que todas las corporaciones municipales de la localidad han colaborado con los centros docentes en la medida de sus posibilidades, mejorando las condiciones del colegio o el instituto y las de cada alumno o alumna en particular. (Recordemos la financiación de excursiones, que se mantuvo durante muchos años, o los premios a la excelencia del curso actual).
A partir de ahora no estaré a diario en el Instituto, pero si alguien quiere algo de mí, sabe dónde encontrarme, sin ninguna duda. Si no es en persona el correo electrónico, twitter y la página web están siempre abiertos.
También es el momento de manifestar mi preocupación por el futuro de la escuela pública. Si permitimos que las cosas sigan por el camino que van tendremos una escuela pública que irá perdiendo calidad pese al esfuerzo que pueda hacer el profesorado: aumento de ratio, disminución de profesorado y de recursos, supresión de servicios. Y eso hará que las clases medias (si es que siguen existiendo y no son sustituidas definitivamente por el precariado) se lleven a sus hijos a la concertada aunque tengan que pagar por ello. Y cuando la presión de las clases medias por la mejora de la escuela no exista entraremos en un bucle infernal del que será difícil salir:
Para que no suceda, es necesario modificar la deriva segregadora del alumnado que se avecina con la implantación de una ley que incluye más subvenciones a la escuela privada, la gran beneficiada, y separación del alumnado en función de su extracción social.
La garantía de una ciudadanía exigente y activa la da la educación (“un arma cargada de futuro”, en palabras de Mandela). Una educación inclusiva y compensadora, que atiende más a quien más lo necesita, en una escuela pública de tod@s para tod@s.