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Los efectos del desprecio

Publica hoy Eduardo Punset en su blog un artículo sobre el impacto negativo que el desprecio tiene sobre las personas y lo duradero que es.

Leerlo me ha hecho pensar en la forma más dolorosa de acoso escolar para un adolescente: echarle fuera del grupo, no reconocerle como igual, despreciarle. Justo en el momento vital en el que lo que opine el grupo de iguales es la mayor fuente de  satisfacciones y  frustraciones personales, en que la opinión de los adultos pasa a un segundo plano.

Y no siempre es fácil de detectar. Ya se cuidan los acosadores de actuar a escondidas de los adultos sensibles, y de controlar al grupo para que no hable. Por más que se intenta desarrollar en ellos la empatía, que se pongan en el lugar del acosado y actúen como les gustaría que otros actuaran si fueran ellos los que lo estuvieran pasando así de mal, pensar en ser considerados chivatos hace que mantengan el silencio cómplice. Y no pocas veces se añade el miedo real al matón que hace creibles sus amanazas.

En los centros docentes el profesorado está cada día más sensibilizado ante estos asuntos, como sucede en la sociedad con la violencia de género.  Siempre que se conoce un caso, o se tienen sospechas de que exista, se actúa, pero es seguro que muchos chicos y chicas quedan marcados por el desprecio de sus colegas que no hemos detectado a tiempo.

Se que el artículo de Punset no se refería de forma específica al bulling, pero debe ser verdad que cada uno enfocamos lo que leemos con las gafas de nuestras preocupaciones.

Enlazo aquí el artículo.

Entre visillos

No tengo en principio ánimo de comentar cada libro que lea, pero sobre algunos, por diversas causas, escribiré mis impresiones. Ni que decir tiene que no se trata de hacer crítica literaria, para eso hay especialistas y yo sólo soy una lectora por placer.

Entre visillos me ha provocado una cierta melancolía, ha traído a mi mente recuerdos en un doble sentido. Por una parte, ya lo mencionaba en una entrada anterior, de lugares conocidos y valorados, a veces añorados. Y por otra, de situaciones, actitudes ante la vida, formas de relacionarse, incluso de ir por la calle, que, sin pertenecer a la clase social de los personajes de la novela puesto que ni de lejos nací en una familia burguesa, reconozco en muchos aspectos como propias de la sociedad de mi adolescencia y juventud. Una sociedad asfixiante en la que las cosas más sencillas eran imposibles y en la que la formación de las mujeres se pretendía reducir a la imprescindible para ser una buena compañera de su marido, es decir, cuanto menos, mejor. ¡Cuanto costó romper los clichés!

Leerlo me ha hecho consciente de lo mucho que las pautas han cambiado para las mujeres y también de que patrones de entonces los repiten mis alumnas de ahora por más que intentemos hacer que cambien. El machismo todavía permanece asentado en muchas relaciones. En la novela aparece nítido y aceptado, como lo más razonable del mundo, y en la actualidad se procura disfrazar o justificar con otros argumentos, pero… ahí está.

Me ha llamado la atención que en el prólogo se diga que transcurre en una ciudad de provincias, no identificada. Ya lo creo que está identificada, aunque no se la nombre.

Imágenes de algunos de los lugares en los que se desarrolla la novela:

Tomadas de Juan Bosco Marcel en Panoramio

Un paseo por Salamanca con mucha Literatura

Gran Hotel, edificio derribado en 2007 con la oposición activa de muchos salmantinos.

Hace un par de días que terminé de leer Entre visillos, de Carmen Martín Gaite, que tengo intención de comentar aquí  porque me ha despertado muchos recuerdos y me ha invitado a comparar dos mundos no tan lejanos en el tiempo como distantes en la realidad. Y hoy lo encuentro citado en una de las páginas del suplemento de los sábados de El País, escrita por Jaime Heras. Supongo que como a cualquier salmantino que viva fuera de la ciudad me ha encantado encontrar una referencia tan literaria a tantos rincones conocidos, visitados y recordados. Por eso enlazo la página.

De tapeo con las musas

Semana santa

Parece mentira que en siglo XXI sigamos organizando el tiempo en torno a las fases de la luna, como seguramente se hacía ya en la prehistoria. Pero sí, la primera luna llena de primavera coincide con la semana santa. Semana de pasión, la llama la Iglesia. Y este año, efectivamente, para ellos debe serlo, a poca vergüenza que tengan.

Por fin, está saliendo a la luz una de sus lacras: la pederastia. ¿Como puede alguno de sus obispos pretender rebajarla al calificarla de efebofilia, escudarse en el secreto de confesión para no tomar medidas, o decir que el que esté libre de culpa que tire la primera piedra? ¿No se dan cuenta de que predican moralidad, que juzgan a los demas con criterios severísimos (¡pobres de las mujeres que abortan!), que luego no aplican cuando de sus curas se trata? ¿Como han podido mantener en contacto con niños a personas de las que sabían positivamente que estaban abusando de ellos y seguir predicando a los demás amor al prójimo, castidad, decir la verdad, …? Se les olvido aquello de Lo que hicierais a uno de estos pequeñuelos a mí me lo hacéis. Son sepulcros blanqueados, que pretenden justificar en la debilidad humana los fallos institucionales. Es verdad que si hay padres que abusan de sus hijos (sobre todo de sus hijas), no debería extrañarnos tanto que lo haga un cura. Pero sus superiores no tienen disculpa alguna. Lo han conocido y consentido, lo han ocultado y permitido que mantuvieran sus puestos mientras no hubiera riesgo de escándalo. Y cuando lo había un traslado era castigo suficiente. ¿Por qué piensan que están por encima del bien y del mal, que no tienen que dar cuenta a la sociedad de sus delitos? ¿Será porque hace siglos que tienen la sartén por el mango, que deciden lo que se puede y lo que no se puede hacer, que orientan la moral pública? ¿Añoran el tiempo en el que lo que ellos consideraban pecado, el régimen lo convertía en delito?. Todavía hay quien recuerda (yo, por ejemplo) que trabajar los domingos y fiestas de guardar (entre otras muchas cosas) estaba multado y era el cura en la misa el que autorizaba el trabajo dominical durante la recolección. (Se permitía cosechar y no era obligatorio ir a misa).

No puedo entender que esto no suponga el comienzo de una revolución para la institución que es la Iglesia. Y no creo que pueda mantenerse si no se adapta al mundo actual. No tiene sentido mantener como intocables normas que ellos mismos han implantado. Pretenden que su religión fue elaborada por Cristo, pero el que ellos aceptan como fundador eligió como apóstoles a hombres casados y no habló para nada de celibato (una de las causas de la pederastia), perdonó a la mujer adúltera (los hombres adúlteros nunca han necesitado perdón), no parecía interesado en el control de la sexualidad (una de las mayores preocupaciones de sus seguidores) y trató a las mujeres como se las trataba en la sociedad en la que vivió.

Entiendo que hay muchas personas que no pueden aceptar que cuando la vida se acaba se acaba todo para el individuo, y la vida sigue. La necesidad de trascendencia que produce la conciencia de ser, y ser temporal, hace de la religión, para algunos, una necesidad que la Iglesia lleva explotanto veinte siglos. Pero al menos debería adaptarse a los tiempos: hijos, los que vengan, sólo para los quicos, el resto, digan lo que digan, seguirán usando métodos anticonceptivos efectivos; el celibato para quien lo quiera, que ya decía Pablo de Tarso que es mejor casarse que abrasarse; homosexuales o heterosexuales ¿qué más da si el sexo no tiene, como querían, como único fin la procreación? (¡qué desperdicio!); la igualdad de hombres y mujeres se va abriendo camino, oponerse a ella es ir contra corriente y quedarse pronto con la mitad de seguidores.

Precisamente porque la religión responde a una necesidad humana tiene probabiliadades de mantenerse. Pero si pretende ser un referente moral debe deshacerse del lastre que han supuesto tantas actuaciones desastrosas, hacer una catarsis profunda, reconocer sus errores y actuar en consecuencia. Y el Papa es parte del problema, no creo que pueda ser parte de la solución puesto que también él ocultó lo que sabía en Alemania.

Aunque, bien pensado, hasta ahora les ha ido estupendamente el método de haz lo que digo, no lo que hago. ¿Qué ha cambiado? Sólo que se han publicado cosas que eran conocidas de todos. Hace tiempo que nadie se llama a engaño

Escrito el 02/04, cuando no tenía conexión a internet

Estamos en primavera

Esta tarde me he vuelto a casa para coger la cámara. Hace días que quería hacer esta foto:

Una higuera en el tronco de la palmera

En el tronco de una palmera está creciendo una higuera.

Una consecuencia, seguramente, del exceso de humedad de este invierno.
La lluvia ha formado lagunas que se han cubierto de flores. Seguramente pronto se habrán secado pero la semana pasada estaba así:

Hasta en los tejados  los jaramagos han florecido.

Jaramagos en el tejado

Los canalones han acumulado verdura.

Hierba en el canalón

Los naranjos están cubiertos de azahar aunque sólo hace unos días que los sacudieron para quitarles las naranjas.

Naranjo cubierto de azahar

La lluvia ha formado lagunas que se han cubierto de flores. Seguramente pronto se habrán secado pero la semana pasada estaba así:
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Al hilo de la conversación

He asistido a la presentación de un libro un poco particular. Lo escribe una mujer que reconoce haber escondido su origen andaluz y campesino para ser aceptada en la sociedad urbanita barcelonesa y escribe lo que le cuentan unas mujeres andaluzas y campesinas, que han sido capaces de superar las dificultades que les planteó la vida en un poblado de colonización como tantos otros, disfrutando, en medio de las penalidades, de pequeñas alegrías, que también les tocaron. Han tenido la valentía de contar su historia, que no su vida (hay cosas que no se cuentan, decía una de ellas) y con ello seguramente molestar a otros.

Estas mujeres, que han llevado el peso de la familia (muy numerosa generalmente), han trabajado en el campo y apenas han tenido posibilidad de elegir: era lo que había, me han recordado a mi madre.

Muchas veces recuerdo el tiempo de recolección, en verano, siendo yo pequeña. ¿Quién se levantaba la primera para dejar aviada la comida para los que nos quedábamos en casa (tres o cuatro niños/as y la abuela sentada en su silla porque apenas podía andar apoyada en su cayado)? ¿Quién preparaba el café (achicoria, claro) para el desayuno, y la fiambrera para llevar? Y antes de amanecer, de  camino, para estar a la salida del sol segando el trigo, o cogiendo lentejas, o garbanzos, a la par que su marido. Pero lo mejor era después, al volver a casa: ¿Será que no traían el mismo cansancio? Porque mientras mi padre daba de comer y beber a las vacas (la yunta) y al borrico y se derrumbaba en la silla, ella preparaba la cena, lavaba la ropa y atendía en lo que hiciera falta a sus hijos pequeños y su madre.

Y si se nos ocurría, críos al fin, acercarnos a él nos decía:

– Anda, deja a tu padre, que está cansado.

Y todo el mundo lo veía normal.

Estas son las mujeres que han sostenido el mundo y han permitido a los hombres destacar. Menos mal que, aunque lentamente, las cosas han cambiado. Y más que tienen que cambiar: aún quedan muchas injusticias y muchos abusos ocultos en las relaciones de pareja, especialmente entre los más jóvenes. Y sé de lo que hablo.